miércoles, 12 de agosto de 2009

... y se marchó...



Se fue.
Sigilosamente.


Bajó uno a uno los peldaños que descendían hacia el jardín comunitario, y se marchó.

Para siempre.


Creía que lo nuestro era de verdad, una historia de amor de esas que llenan los cines, revientan taquillas y transforma el amor en productivo merchandising…


Pero se fue.


Quién me lo iba a decir hace tres años, cuando nuestros caminos se cruzaron. Él, sentado sobre un banco, dejaba que el sol le acariciase esa carita tan dulce. Yo, atareada como siempre, llegaba tarde a una cita, una de esas tantas que acaban en un simple café y un “ya te llamaré… si eso”. De pronto me miró, y esos ojos me hipnotizaron de tal manera que sentí como un pellizco en el estómago…


… y supe que él me haría más feliz que ningún otro hombre…


Tres años ha durado nuestra historia. Tres…


Ingrato, después de haberle servido día a día su comida favorita, de haberle dado todas las caricias del universo, todos los besos que me guardaba sólo para él… de haberle colmado de mimos y atenciones…


Tal vez debería haberte hecho caso, Fermín, pero caparlo me resultaba demasiado cruel.

lunes, 10 de agosto de 2009

Anochecer en la playa...


- ¿A qué saben tus besos?

Y tus palabras fueron arrastradas por el cálido viento del sur, acariciando levemente nuestros cuerpos desnudos… cubiertos sólo por una fina capa de arena. El sol se había refugiado ya tras los montes pelados de pinos, y a lo lejos… brillaba un lucero, con tanta fuerza que parecía una luna más. De izquierda a derecha surcaron el tapiz del cielo nocturno unas cuantas lágrimas de San Lorenzo…

Fue entonces cuando supe cuál era la respuesta.

- No sé, la verdad es que nunca me he probado.