Apareció una mañana. No una mañana cualquiera, no, “esa” mañana. Blanco, orondo, exuberante… oteando el abismo que se abría bajo sus pies, si es que se puede decir que tuviera pies. Desde su posición privilegiada lo dominaba todo: la estancia, amplia, iluminada, con aquel señor tan serio sentado detrás de una enorme mesa.
- Veo que no tiene experiencia alguna. ¿Cómo me va a convencer de que es usted la candidata ideal para este puesto?
- Soy muy positiva y me gusta afrontar nuevos retos... ¡ah! Y aprendo muy deprisa.
Notaba como el muy irónico se iba hinchando de placer al observar el rostro impávido de aquel tipo.
No pude más.
No podía soportarlo durante más tiempo, intenté controlarme, pero al final decidí que lo mejor sería estrangularlo. Salí disparada de aquel despacho, me planté delante del primer espejo que encontré… y me lo reventé.
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viernes, 12 de septiembre de 2008
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