La nieve de tu ausencia me ha vencido
esta tarde de otoño.
Permanece
el calor de tu voz en mi memoria
y en mi frente asombrada se despiertan
las huellas de tus ojos.
¡Qué vacías mis manos, qué indefensas
alejadas de ti!
Inútilmente
te buscan y rebuscan por un aire
acerado y hostil: manos de ciego
acariciando muros sin sentido.
Un violento silencio se derrama
sobre mi alrededor.
Tan sólo escucho
la amargura implacable de la lluvia
grabando en los cristales el mensaje
de mi propia intemperie.
Me duelen los rincones de la casa
ausentes de tu risa y de tus pasos,
oscuros sin tu luz, irremediables
en su extraña orfandad.
Una tristeza
incisiva y sutil se ha apoderado
de muebles y de cuadros, de las pequeñas cosas
que llenan nuestro mundo. ¡Qué grises me parecen
sin la honudra vital de tu presencia!
Para alejar mi soledad contemplo
tu permanente hueco en el espacio:
desocupado está, pero conserva
tu cálido latir las vibraciones
de tu serena imagen nunca ajena.
Dan las horas en el viejo reloj.
Ha cesado la lluvia.
Nuevamente
los pájaros invaden mi silencio
y todos los confines d emi entorno
recobran su perfil esperanzado.
Las luces de la tarde se sumergen
en un tenue letargo.
Sé que estás ya muy cerca: presiento tu regreso
por esa brisa alegre que ha agitado los álamos.
Tarde sin ti, Antonio Porpetta
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miércoles, 11 de febrero de 2009
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1 comentario:
como bien dice el fantástico poeta, asi de desangelada y extraña puede ser, y es, una tarde sin ti. Y así es tu regreso, aunque no sean arboles movidos por una suave brisa las que me lo indican, sino el candor de nuestra mascota ronroneando con dicha tu llegar...
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