Se fue.
Sigilosamente.
Bajó uno a uno los peldaños que descendían hacia el jardín comunitario, y se marchó.
Para siempre.
Creía que lo nuestro era de verdad, una historia de amor de esas que llenan los cines, revientan taquillas y transforman el amor en productivo merchandising…
Pero se fue.
Quién me lo iba a decir hace tres años, cuando nuestros caminos se cruzaron. Él, sentado sobre un banco, dejaba que el sol le acariciase el rostro mientras descansaba plácidamente. Yo, atareada como siempre, llegaba tarde a una cita, una de esas tantas que acaban en un simple café y un “ya te llamaré… si eso”. De pronto me miró, y esos ojos me hipnotizaron de tal manera que sentí como un pellizco en el estómago…
… y supe que él me haría más feliz que ningún otro hombre…
Tres años ha durado nuestra historia. Tres…
Ingrato, después de haberle servido día a día su comida favorita, de haberle dado todas las caricias del universo, todos los besos que me guardaba sólo para él… de haberle colmado de mimos y atenciones…
Tal vez debería haberte hecho caso, Fermín, pero caparlo me resultaba demasiado cruel.
(Publicado en el Diario Información en septiembre de 2009)
2 comentarios:
las despedidas son aves ke se van
en buska de otros cielos a orillas del mar...
Salu2
Hola anónimo, es un comentario muy acertado ;-)))
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